Sofía

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Sofía Otero Álvarez. Madrid, 1977

Mis padres me llamaron y vine. Creo que ha sido de las pocas cosas a las que obedecí enseguida. Soy galledrileña. Nací en Madrid en el seno de una familia lucense y mi infancia se desarrolló serpenteando entre los veraniegos caminos de tierra que unían las dos aldeas de mis padres en Lugo y los descampados típicos de los años ochenta en la periferia de Madrid.

En verano silvestre y salvaje. En invierno urbana y uniformada.

A los 8 años me despedí de mi padre para siempre y nunca me terminé de acostumbrar a esa ausencia. Quizá esa forma de no acostumbrarse, esa extrañeza, es la manera que tenemos de seguir haciendo presente a aquella persona que se fue.

La adulta que soy hoy fue una niña disfrutona de sus juegos en soledad, de sus bailes desenfrenados y conciertos imaginarios en los que tenía una voz que no era la que en realidad me había tocado. Admiraba la fortaleza de mi madre, era como tener una superheroína de Mamá. Con mi hermana me hice lectora. Yo observaba su mundo misterioso y especial, lleno de literatura y amor por los libros. Al principio no entendía muy bien por qué le apasionaba tanto leer y escribir, qué era aquello que le fascinaba tanto, así que empecé a copiarla con el ánimo de experimentar aquello que para ella era tan revelador y para mí una incógnita. No tardando mucho me terminé enganchando.

Fui una adolescente tremenda. Incomprendida, rebelde sin causa, contestona y desobediente, vamos lo que me tocaba. En ese puente hacia la edad adulta, el autoconocimiento y reconocimiento del mundo, que es la adolescencia, tuve la suerte de encontrarme profesores maravillosos que supieron ver detrás de tanta hormona y desenfreno. Participé muy activamente en el periódico escolar y las clases de plástica me salvaron.

Fui una de las primeras promociones del Bachillerato Artístico en la Escuela de Artes y Oficios de la Palma en Madrid y entré en la Facultad de Bellas Artes sin mucho convencimiento porque me apasionaba el arte en todas sus manifestaciones pero «Mamá, yo no quiero ser artista».

Gracias a esos encuentros mágicos de la Vida, tuve la suerte de trabajar, desde unos ya lejanos veinte años, junto a Alicia Vallejo Salinas y Enriqueta Pérez Mora. Hermosas mujeres que las considero mentoras y amigas y a las que abiertamente admiro y quiero. Ellas me dieron la oportunidad, sin saberlo, de que encontrara mi vocación. El amor a la infancia y la adolescencia, la investigación-acción, el compromiso profesional, la innovación educativa.

Arte y Educación son mis dos grandes pilares. En ellos me sostengo e intento, cada día y en cada etapa de mi Vida, engrosarlos, embellecerlos y fortalecerlos. Los dos son expresiones de mi ser que se mezclan y se separan con armonía.

Con más de 15 años de experiencia docente, la Expresión Creadora de la Infancia y la Innovación Educativa son dos constantes en mi andar profesional y personal. Estos caminos me han llevado a lugares próximos, como Lugo o Madrid y lejanos como Berlín.

Desde el 2015 hasta ahora, coordino el proyecto pedagógico de Nenea, Medrar Creando. Desde entonces la Naturaleza se configura como otro eje fundamental, el eslabón que cierre una triada que resuena perfecta: Arte-Creación, Naturaleza y Educación.

A través de esta triada observo cada día como la infancia activa su ser natural en cuanto se le da la oportunidad, dialogando con la Naturaleza a través del juego libre y la transformación.

Con cada vivencia en el bosque (creadora y provocadora) se aprende algo fundamental para el ser… Se descubre quien uno/a es.

Ahora Nenea es mucho más que un proyecto profesional. Es un proyecto de Vida y de Amistad que da forma a un sueño.